La crisis de los libros no está en sus precios



Esto lo tuiteaba yo el martes por la noche tan tranquilo. Bueno, tranquilo... la época en la que cualquiera puede coger un lápiz y ponerse a escribir es un arma de doble filo. Todo el mundo tiene derecho a escribir. Todo el mundo tiene derecho a que se le publique. Pero cuando según que elementos logran según que repercusión, mientras que los grandes pasan "sin pena ni gloria", es el momento de preocuparse. Admito que tengo curiosidad por leer los libros de los que voy a hablar, únicamente por el placer que me supondría poder hacer una despiadada crítica. O sorprenderme y toparme con algo realmente bueno como literatura. Pero no lo creo.

No está de más empezar por la Esteban, como se la conoce ya. Bromas aparte sobre si esta mujer sabe escribir porque todos conocemos la respuesta, parece que hay que ser famoso para que tu libro triunfe. Pero no un famoso de tipo serio: divulgante científico, experto en política... No, no. Hablo de tertulianos que aparecen y desaparecen disparando las audiencias de la televisión con ello. Eso es lo que le gusta a la gente y por ende, lo que va a comprar la gente. Da igual si el libro resulta ser un truño o un tratado digno del Nobel, rompe ventas por quién lo ha escrito. Y obviamente, deberíamos saber que el hecho de que un libro se venda bien está más influencia por la publicidad que se le da que porque realmente sea bueno de leer. Podríamos unir esto a libros que por su título, tienen que rebosar inteligencia, como "Lo que me sale del bolo" de Mercedes Milá, o el libro de cuyo título no me acuerdo de Jorge Javier Vazquez, que yo he visto venderse en la misma estantería que Kent Follet.


También tenemos las salidas de los libros de nuestros últimos ex-presidentes del gobierno. ZP y Aznar (a quienes ningún español votó pero gobernaron dos legislaturas cada uno -aunque ZP se retirase unos meses antes de lo que le tocaba-). Aunque considero que escribir debe ser más fácil que gobernar un país de forma eficiente (y espero que algún día llegue al poder uno que sepa hacerlo), me pregunto con qué lindezas nos sorprenderían entre las páginas de sus libros. Bueno, del de Aznar nos podemos hacer una idea según este artículo. Del de ZP, puedo imaginarme quizá más de lo mismo. No desde luego lo de la imagen, pero creo que es lo mínimo que nos merecemos.

Y este fue el cebolletazo que me llevé ayer en el Menéame. El libro más polémico y que ha estado más en boga estos días ha sido un éxito de ventas en Amazon, desbancando incluso el de Belén Esteban. Salimos de Guatemala y entramos en Guatepeor. Pero, aunque al leer la noticia, mi vena ha ardido cual hierro en la forja, he intentado analizar la situación desde el punto de vista objetivo y no el subjetivo. Dificil cuando el librito de marras tiene semejante presentación:
¿Qué viene después del beso final? ¿Después del "the end"? ¡Sería estupendo que los guionistas dijeran algo! ¿Son felices? ¿Cuántos hijos tienen? ¿Alguna sabe que se puede ser feliz incluso con su marido? Ahora es el momento de aprender la obediencia leal y generosa, la sumisión
Doloroso. Esa presentación rezuma machismo por cada costado. Ahora bien, creo que podemos contemplar dos clases de lectores: por un lado, los analistas, ¿psicólogos?, etc., es decir, la gente que va a leerlo desde el punto de vista del erudito, alguien que pueda intentar entender las causas que tiene el machismo; por el otro lado, tenemos al puñado de machistas de turno, que se lo aprenderán a rajatabla, pretenderán imponer esa sumisión a su mujer, y este libro para ellos será algo similar a La Biblia 2.0. y creerán que el comportamiento adecuado de una mujer sea callar y obedecer. Otro buen motivo por el cual no trago a la Iglesia (recordad quién ha sido el editor de ese libro en España) y a la derecha (me sorprendería que la gente de izquierdas -verdadera izquierda- tenga una ideología tan retrógrada, sería un verdadero oxímoron).

Como todo. Derecho a escribir lo que nos plazca. Derecho a leer lo que nos plazca. Pero siempre manteniendo la capacidad de raciocinio ante los textos, y que sepamos juzgar primero, qué va en serio y qué no, y lo segundo, si debemos estar de acuerdo o no con aquello que leemos.

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