Pokémon Espada y Escudo

Hace ya varios meses dediqué varios hilos de Twitter para hablar de todos los juegos de la saga principal de Pokémon. Ahora, habiendo pasado un tiempo desde que completé y digerí Pokémon Espada va siendo el momento de escribir al respecto, pero no en pequeños tuits, sino una review un poco más grande.

⚠️ Nótese que el post desvelará cosas sobre la trama y tal, lo digo por si no te quieres comer spoilers ⚠️

Hasta donde he prestado atención me ha dado la impresión creo que ha sido la salida de unos juegos de la saga principal más polémicos desde antes de la salida. Sí, es lo que tiene pegarle un "tajo" a la Pokédex reduciéndola de 890 criaturas a 400. Pero no "bien", como en Sol/Luna/UltraSol/UltraLuna (que podías traerte los Pokémon de antiguos juegos, aunque no estuvieran en la Pokédex del juego) sino que directamente no estaban programadas para aparecer en el juego. A día de hoy, se sigue tuiteando con el hashtag #BringBackTheNationalDex.

Pero incluso con estos cambios, había que probar Espada y Escudo, los primeros juegos para Switch al estilo tradicional (Let's Go Pikachu/Eevee tenían la mecánica del juego de móviles Pokémon Go).

Así que nos topamos, una vez más, encarnando a un avatar que va a empezar su viaje Pokémon con su amigo de la infancia Paul. El objetivo, el clásico: completar el desafío de los ocho gimnasios Pokémon y alzarse con el título de Campeón de la Liga Pokémon. No es nuevo, pero la fórmula funciona... al menos a medias.



En compañía de Grookey, Scorbunny o Sobble exploraremos la región de Galar, atrapando otros Pokémon (nuevos y clásicos) para formar el equipo que nos alce hasta la victoria. En esta ocasión, elegí a Scorbunny, porque tiene un yo que se qué que qué se yo. Si no... Grokkey, te hubieras venido conmigo.

La región de Galar es preciosa. No puedo definirla de otra forma. Y tal vez me tenga que comer mis palabras de que Kalos está después que Johto en mi corazón... La región es enorme, está cuidada con mucho mimo y mucho detalle, es un verdadero gusto recorrerla de seguido (y no con esos cortes en medio del camino como en Alola). Obviamente, no todo el mapa es de seguido, pero la sensación de amplitud y de movimiento es enorme, y eso sin entrar en el Área Silvestre, de la que hablaré un poco más tarde.

Antes he mencionado que la fórmula tradicional funciona a medias. Y es que un juego que da tanta impresión de libertad en todo momento se contradice consigo mismo en algunos puntos. El ejemplo más claro: los primeros gimnasios del recorrido. Están montados para hacerlos en el orden en que te los presenta el juego. ¡Con lo bien que hubiera quedado poder elegir por dónde desplazarte, y que el nivel de los líderes de gimnasio aumentase gradualmente de acuerdo al número de medallas conseguidas! Es un cartucho perdido, me temo. Y esto se podría aplicar a la segunda parte del recorrido, de no ser porque ahí al menos metieron bastante más "chicha" en la trama.

También han querido re-utilizar una carta de la séptima generación: los dos equipos rivales.



Siendo nuevamente el primero una "excusa", el Team Yell, que viene a ser el Team Skull pero con otras pintas. Pretenderán molestarnos a lo largo de la aventura, pero el "grueso" del asunto, una vez más, recae sobre un puñado de gente de la que todo el mundo pensaba bien pero que ¡rechulta que chon maloch! 🤡 Segundo cartucho desperdiciado por parte del juego

 Y el tercer "cartucho" sería el hecho de... ¿por qué vuelve a ser tan lineal? A lo mejor es una impresión mía, pero nuevamente estamos en un juego de "ve aquí, ahora aquí, ahora aquí, y es imposible que te pierdas"... En ese sentido añoro un poco más los mapas más rebuscados y que la trama surja más espontánea.

Incluso con todo eso, he disfrutado de jugar Pokémon Espada. El Área Silvestre es un gusto descubrirla y acudir diferentes días para ir completando la Pokédex en tan vasta extensión, y la idea de las Incursiones como modo colaborativo entre jugadores es una buena herencia de las Incursiones de Pokémon Go. Combates de 4 contra 1 pero que no en pocas ocasiones me he visto arrastrado a una derrota y vuelta a intentarlo.

El fenómeno Dinamax (y la variante Gigamax) quedan bien como novedad, aunque personalmente no llega al nivel de las MegaEvoluciones. No es que Felikis se esté convirtiendo en un anciano, sino que este fenómeno me parece, como los Movimientos Z, una carta que desequilibra mucho la balanza. Insisto, es una impresión, y tengo que reconocer que hay formas Gigamax que me gusta el aspecto que tienen.

Y ahora, entremos en un par de especulaciones "a futuro".
  • Pokémon Home, la evolución del Banco de Pokémon. Me interesa bastante, de hecho, tengo pagado el Banco de Pokémon. Sin embargo, esta evolución me ha parecido muy cara en comparación por lo que ofrece. Tendré que usar el mes de prueba para hacerme una idea de hasta dónde está bien esta idea.
  • Pases de expansión: una idea interesante: en lugar de ofrecer una tercera entrega de los juegos que supone pagar otro juego completo por unas pequeñas mejoras, directamente se nos ofrece todo el contenido adicional (con más trama, según hemos podido entrever) por menos precio. Habrá que ver si ese contenido merece el dinero invertido al respecto... Y si conviene reiniciar la partida, como muchos están pensando hacer, para no llegar a las nuevas áreas con un equipo al nivel 100.
  • Pokédex: ¡vamos! Estáis añadiendo otras 200 criaturas. ¡Podéis hacerlo con todas!
En resumen: unos buenos juegos que, si bien no sacan todo el potencial que podrían haber tenido, resultan simpáticos de jugar, y se le pueden dedicar horas al Área Silvestre.

Y así por autobombo, un enlace a las críticas que hice de los anteriores juegos de la saga:

Un sub-departamento de I.T. (post serio)

(publicada originalmente el 13 de octubre de 2019)

Pero con trazas de humor.

La verdad, he pensado mucho en cómo enfocar este post. Perfectamente podría haber tirado de retórica y construir algún capítulo de “Informática dígame“, pero algo me decía “No esta vez, hay que escribir algo más decente”. Y en ello me ando, aunque a pesar de lo cual, el uso del sarcasmo, la sátira y la hipérbole son inherentes a mi cuando se trata de narrar o contar algo.

Trabajo en una de las muchas oficinas que hay en Madrid, pero no soy tan gilipollas como para dar nombres. También puedo decir que trabajo en una de las partes de todo el conglomerado de la informática. “Sistemas y Soporte”. No es el nombre oficial, pero me no me resistía a hacer el juego de palabras con las siglas y además se acerca bastante más a mis labores que el término oficial, así que me cubre y sigo.

El caso es que en esta clase de trabajos normalmente el trabajo se divide entre los que hacen más Soporte, que es atender a los usuarios, sus problemas, y sus faltas de respeto y otros que están más en Sistemas al tener más experiencia. Esa experiencia muchos días me pregunto si fue en Informática o en algo que no haya tenido nada que ver. Pero bueno, tienen experiencia.

Un servidor es una aplicación en ejecución capaz de atender las peticiones de un cliente es un híbrido entre ambas cosas. Algunas veces al gusto, la mayoría de las veces según las necesidades que haya en ese momento, porque aunque no se hacerlo todo, sé hacer de todo, lo cual, al menos subjetivamente, me ha permitido ampliar mis conocimientos y experiencia en herramientas más avanzadas pero manteniendo los pies en la tierra y la empatía hacia otros compañeros “en rango más bajo”.

Normalmente, desde mi posición, veo bastante más allá de mis narices y soy bastante consciente del alejamiento que suele ir entre Sistemas y Soporte. Y puedo decir que la causa más grande del distanciamiento suele ser la falta de información respectiva entre ambos grupos.

Aunque también influye mucho el tema de la educación, que hay gente que se la deja en casa. No quiero ir de santo, faltaría más. Probablemente soy, de espaldas, el informático más faltón. Con los usuarios. Porque no soy un santo pero tampoco imbécil, y no voy a decirle a alguien: “¿Es que no tienes ojos? Está ahí el puto botón”. Le digo “Mire, la opción que busca es esta que está aquí escondida”, y una vez cuelgo, ya digo al auricular colgado “Y conozco una óptica buenísima que le puedo recomendar”.

Pero en lo que respecta a mis compañeros, intento morderme la lengua. O intentaba. Con “Felipe Lotillero” ya no tengo esa consideración porque me ha demostrado que no la merece, y si sus actos me demuestran que él mismo no respeta al resto del grupo, por qué pollas no voy a ponerle a parir cuando me apetece.

En fin, que me lío. El caso es que esta clase de personas (en Sistemas) que en cuanto cae una tarea “rutinaria”, ¿sabéis?, de esas de “esto es muy aburrido e indigno de realizar por mis experimentadas manos” delegan. Y delegan a las malas, sin educación, arrojando la basura fuera de “su tapia”. Y no se da cuenta de que la tapia es la misma para todo el grupo, solo la mueves de lugar.

Porque me dirán ustedes si es lo mismo decirle a alguien: “Mira, necesitamos que entre dos o tres veáis esta hoja, hay que llamar a esta gente y hacer esto, mira, aquí está explicado, si falla alto me puedes avisar, se tiene que hacer en este rango de horas que es cuando están…” que enviar un correo tipo “Adjunto hoja y pasos para realizar. Un saludo”. Me cago en tu puta estampa. Dedica cinco putos minutos a hablar con alguno de ellos por teléfono, hostias.

Bueno, es que a lo mejor no tienen tiempo para explicarlo… Sí lo hay, sí lo hay, pero ese tiempo prefieren dedicarlo a realizar algo que pueda llamar la atención de los jefes y llevarse una palmadita en la espalda o una medallita porque lo están haciendo estupendamente invisibilizando el trabajo de terceros. Os juro que me dan ganas de vomitar.

Estas personas son las mismas que no quieren “perder el tiempo” formando a la gente. Dicen “manual”. A un COMPAÑERO DE DEPARTAMENTO. COM-PA-ÑE-RO. Palabra desconocida para muchos. Absolutamente inaplicable para este ser.

Hay gente que es capaz de ayudar a descargar una furgoneta con material sin despeinarse, y hay gente que les da miedo llenarse de polvo la camisa solo por conectar un USB al ordenador de un usuario. Jamás lo entenderé. En primer lugar, porque como he dicho, no hay tapia. En otras palabras, siendo el grupo de Sistemas y Soporte todos externos, todos somos parte de la misma mierda. Mejor dicho, somos la misma mierda. Piezas prescindibles que debemos hacer que todo funcione lo mejor posible el mayor tiempo posible. Punto.

Yo por mi propia naturaleza no puedo pasarme la jornada entera de toda la semana sentado en mi sitio tocando los sistemas. Soy inquieto, necesito ponerme en pie, ir a buscar un ordenador para maquetarlo y montarlo, o aunque sea ir a colocar las cajas con el material porque lleva más y no queda espacio en el almacén. Let’s do Tetris. Que no hay nada indigno por ello, “aunque no sea mi cometido principal”, me la suda mi cometido principal o no, mi cometido es trabajar y que salga el trabajo adelante, punto, no me va a salir urticaria.

Porque si mañana, por el motivo que fuera, se joden los 90 ordenadores de las personas de la primera planta, que es improbable pero puede ocurrir (recientemente ya tuvimos una “actualización de la muerte”), no importa “tu cometido”, te vas a tener que poner codo con codo con los demás a preparar equipos para que las 90 personas puedan trabajar lo antes posible.

Ese pensamiento del “No, yo aquí no estoy para eso” es del todo erróneo y una falta de respeto. Hemos tenido y tenemos compañeros que, efectivamente, su cometido no era encargarse de los ordenadores. Y han ayudado a mover, y a preparar y han metido la cabeza un poco en la informática para aligerar la carga de las tareas. Y por supuesto, se ha respondido de modo proporcional a lo mismo.

En fin, poco más que decir, solo quería soltar esta bilis antes de que me comiese por dentro. Odio esta clase de situaciones, son superiores a mi. Voy a ver si al menos convenzo a los jefes de poner así la puerta del departamento:

Élite

(publicada originalmente el 27 de septiembre de 2019)


Con dos post en borradores… por qué no. Review de una serie, que últimamente les dedico poco tiempo (me es más fácil tirar de refritos que ponerme con series nuevas, como con las pelis). Y ya de paso, una de esas que tiene el punto de la polémica en las redes, porque una noche tranquilita no merece la pena. Habrá spoilers, de esos suaves, pero igual no te apetece enterarte. Yo que sé, hay otras páginas por internet para leer.

No voy a negar la evidencia. En Élite no cuela la edad de los actores. No, no aparentan dieciséis años reales. Aparentan dieciséis años idealizados en la grande y pequeña pantalla. Pero joder, que conozco gente que está entre los 16 y los 18 y parecen unos niños en comparación con el reparto. Y tampoco voy a negarlo: no hay quien se identifique con la vida de los estudiantes de Las Encinas. Pero bueno, pongamos el filtro de estamos viendo ficción y al meollo (opinión personal: puestos a elegir, preferiría una vida a lo Sherlock Holmes).

La premisa parte de la llegada de tres jóvenes, Samuel, Nadia y Christian al prestigioso colegio Las Encinas, como indemnización tras el derrumbe que sufrió su anterior instituto. De orígenes humildes, chocan rápidamente los estudiantes del centro, pertenecientes a las clases más altas… sí, unos snobs. Pero no importa tu estatus social cuando ocurre un asesinato, y nadie tiene claro quién puso ser el asesino.

La estructura narrativa de la serie me recordó irremediablemente a How to get away with murder: flashbacks que nos narran cómo fue la llegada de los tres nuevos estudiantes, intercalándolas con los interrogatorios en el momento presente a todos los posibles implicados en el asesinato, intentando averiguar quién es el asesino.

En el mismo estilo, la segunda temporada nos mostrará las consecuencias que ha tenido aquel asesinato en las vidas de todos, además de nuevos compañeros para poner aún más patas arriba la convivencia en el centro.

Antes he dicho que las vidas de los estudiantes de Las Encinas son difícilmente identificables con la mayoría de personas de 16 años. Y lo mantengo: se nos presentan como una gente de un club selecto rodeados de lujo, las mejores compañías, follando sin conocimiento… Pero sí que hay partes en las que podemos “rascar” temas interesantes, y es básicamente el choque cultural que nos encontramos entre los hijos de los privilegiados y los que proceden de ambientes más humildes.

El caso más claro lo encontraríamos con Nadia (Mina El Hammani). De origen palestino y musulmana, hija de los dueños de una frutería, no tendrá fácil encontrar su sitio en una escuela de blancos ricos. Menos aún cuando sus capacidades para el estudio rivalizan con las de Lucrecia “Lu” (Danna Paola), considero que la alumna más arrogante de todo el centro. Lu (a quien reconozco el papel que hace la actriz porque siento una fuerte repudia hacia el personaje) hará todo lo posible por superarla, incluso instará a su novio a que seduzca a la chica.

Por su parte, Samuel (Itzan Escamilla) es un joven trabajador, de barrio, que cae ante los encantos de Marina (María Pedraza), una joven rica que (además de la hija del constructor que debió indemnizar por el instituto derrumbado) da la espalda a sus amistades de toda la vida y se acerca a sus nuevos compañeros. Esto no sienta muy bien a su hermano Guzmán (Miguel Bernardeu), quien considera que los nuevos becados no deberían estar allí… pero será Nadia su talón de Aquiles, por idea de Lu. ¿Alguien ha dicho triángulo amoroso? Que sean dos, porque Nano (Jaime Lorente), el hermano de Samuel, también quedará prendado por Marina.

El tercer becado, Christian (Miguel Herrán) se verá envuelto en una extraña relación a tres con Carla (Ester Expósito) y Polo (Álvaro Rico), que a su vez son amigos y conocidos de Marina. Aunque su papel en la segunda temporada se reduce mucho (problemas de agenda, a pesar de los cuales su ausencia se justifica a la perfección), tres nuevos estudiantes aparecerán en Las Encinas en la temporada dos.

Racismo, clasismo, aceptación de uno mismo, enfermedades de transmisión sexual, consumo de sustancias, amores prohibidos, culpabilidad… Las tramas de Élite podrían ser un culebrón de varios cientos de episodios, pero afortunadamente, se han contado actualmente en dos temporadas, ocho episodios cada una, cincuenta minutos por episodio (veremos si la tercera no supone un revés). No se narra más de lo necesario, no entramos en episodios vacíos ni reiteraciones.

Incluso la segunda temporada logra mantener el nivel de la intriga. Sí, repite la fórmula de mostrar la consecuencia al principio, narrar los actos que llevaron a tal, y finalmente la sorpresa en el final cuando todo se revela y nada queda. Porque después de estos episodios, mientras algunos personajes ya los tengo bien “calados”, otros en cambio parecen un misterio insondable y sigo sin tener claro cuál es su juego.

Ciertamente no es una mala serie. Aunque, a pesar del boom que ha supuesto, yo tampoco la catalogaría como la serie del año, ni de lejos. Pero se deja ver y está bien contada. Falla, como apoyé al principio, en la falta de conexión con la realidad de una persona promedio de dieciséis años. Hay que verla como una ficción, una historia que les ocurre a unos personajes. Y que, todo sea dicho, afortunadamente no nos ocurren a nosotros.

Puntuación: ⭐⭐⭐’5 / 5

Me va a tocar sufrir con el carné de conducir (1)

(publicada originalmente el 14 de septiembre de 2019)

Pues después de mucho remolonear, de pensarlo sin total seriedad, de que sí pero no, he decidido sacarme el carné de conducir. Dicho de otro modo, en meterme en una sucesión de pagos de matrículas, tasas, exámenes… y luego del coche, el seguro, más tasas, aparcamiento, combustible… Qué independencia te da el coche.

Pero eso, que me he apunté a la autoescuela, y a cambio del desembolso económico, recibí entre otras cosas el manual que deberé aprenderme para capacitarme a conducir. Y voy a aprovechar la tribuna que me brinda montarme un blog para comentar las gilipolleces que se me van ocurriendo mientras lo leo.

En serio, iba esta mañana en el tren, pretendiendo familiarizarme con la teoría, y me he visto a mi mismo como Sheldon Cooper (personaje de la sitcom The Big Bang Theory) en el episodio en que se quería sacar el carné.

⚠️ Advertencia: a partir de este punto, toda idea expresada es una exageración, una sátira. No os lo toméis en serio. Mi idea expresando los siguientes párrafos es ayudarme a que ciertos conceptos se me queden mejor en la mente.

Y apenas volteo la primera hoja, en la cual se van desglosando algunas definiciones, me tomo con un término. “Tara o masa en vacío: masa del vehículo“. A tomar por culo. Masa en vacío/vehículo. Vale, viene a ser lo mismo. Pero ¿”tara”? Para mi, tara, de toda la vida como definición, es lo que tiene la ropa o los electrodomésticos en los outlets: un pequeño defecto que no imposibilita que la prenda sea ponible o que el aparato funcione correctamente. Ah, y un nombre de mujer muy bonito.

Luego voy avanzando por el texto, y en fin, una serie de prohibiciones que se podrían resumir en “No repitas lo que has hecho en el Mario Kart, Grand Theft Auto, y similares”. Unas cosas básicas que más de alguno de los que conducen por mi ciudad deberían recordar: no os van a dar puntos por atropellar gente en los pasos de cebra. Gilipollas.
Y sigo leyendo el manual, y venga. Clasificación de los tipos de vía. Por ubicación. En poblado. Y tengo que callar al Felikis payasete para no pensar “poblado, vale, pero ¿y si no es un poblado y es una ciudad del tamaño de Ciempozuelos?”. No, venga, centrémonos.

Y leo. “Travesía: el tramo de la carretera que discurre por el poblado excepto aquellos con vía alternativa a la que tienen acceso”. Y justo después. “Vía urbana: todas las vías de la población excepto las travesías“. … ¡¿Pero en qué se distinguen?! ¡Pon el asfalto de la travesía en color azul marino, o adorna la vía urbana con luces led! ¡Visualmente no encuentro la diferencia!

Va a ser un largo y arduo camino. Voy a necesitar toda mi concentración para pasar con éxito el teórico. No me juzguéis, hace tiempo que dejé de consumir libros didácticos. Seguiré informando de mis progresos y comentando las idas de olla que se me ocurran.
Ah, y por si alguien no entendiera la referencia sobre Sheldon Cooper…

 

“Reina Roja”, de Juan Gómez-Jurado

(publicada originalmente el 9 de septiembre de 2019)


Apenas empieza septiembre, y tengo la impresión de que pocos libros más voy a poder devorar con este ímpetu. Por temas que no vienen al caso. En cualquier caso, la lectura de “Reina Roja” de Juan Gómez-Jurado (a quien tuve la oportunidad conocer y que me firmase un ejemplar de “Espía de Dios” en una Feria del Libro) ha merecido la pena cada página. Vaya, y también me pasó con “Cicatriz”.

[⚠️ Habrá spoilers a lo largo del post, aunque no soy tan cabrón como para destripar el final. De verdad, que sé lo que jode.]

Y es que realmente la historia es capaz de engancharte de principio a fin. Máxime cuando la presentación de la protagonista de la novela, Antonia Scott, se realiza de ese modo, con un extraño ritual que le enfada que le interrumpen al entrar. Y por supuesto, quien comete tal osadía es el protagonista, Jon Gutiérrez. En esas primeras páginas, cuando vemos qué ha llevado a Jon a conocer a Antonia, y las primeras palabras que cruzan entre ellos, hacen notar que la historia promete.

Antonia es uno de esos personajes de ficción que podríamos llamar “excéntricos entrañables”, pero que en el trato real, en el tú a tú, tacharíamos de “insoportable”. Muy insoportable, de no querer volver a hablar con ella ni del tiempo que hace. Y es que Antonia es uno de esos genios que nacen una vez cada muchos años, y su ya de por si aguda inteligencia ha sido entrenada (como dice ella) para romper sus propios límites. Eso la convierte en una deduccionista muy buena, que ha colaborado con la policía en varios casos, hasta que un accidente le hizo alejarse de todo. Que sea tan difícil en el trato no ayuda cuando quieren que vuelva a colaborar con una investigación.

Y esa tarea recae en el pobre Jon Gutiérrez, un policía sancionado por inocentón. Y por pensar que “el fin justifica los medios”, cavándose su propia tumba en los medios de información. No es que sea mal tipo, es que es muy impulsivo (y no son pocas las veces que vemos que tiene que controlarse en la novela), pero a lo largo de las páginas se ve fácilmente que tiene buen corazón. Tal vez demasiado. Su patinazo le ha hecho mezclarse con el extraño proyecto Reina Roja. Y esto es una observación personal, pero en mi mente asociaba al personaje con Jon Plazaola.

Los dos protagonistas se ven envueltos en una investigación que no parece tener mucho sentido. Un cadáver hallado en un bastión inexpugnable en la teoría, el hijo de una de las personas más influyentes de España. Pero Antonia no tarda en darse cuenta de que el escenario ha sido un montaje. Paralelamente a estos actos, una segunda víctima resulta raptada, iniciándose una cuenta atrás para salvar una vida, en la cual podrán contar con muy pocas ayudas.

Juan Gómez-Jurado no se limita a presentarnos a Antonia y Jon y sus puntos de vista, muchas veces saltando entre uno y otro rápidamente para proporcionarnos el máximo de información posible. También nos permite conocer a varios personajes a través de sus breves pero intensos capítulos. Desde el policía estrella que no tiene especial confianza en los asesores que le han impuesto, hasta el propio culpable de los crímenes a los que se enfrenta la pareja; con Carla, la víctima, también entre medias con un intenso relato de su cautiverio.

Una buena novela policíaca, aunque no se queda ahí únicamente. El autor aprovecha para narrar, mezclando realidad con ficción, historia de ciertos personajes relevantes de España, así como parte de la historia de la capital (desconozco hasta qué punto hay mito y hay realidad, pero me gusta imaginarme que lo que cuenta es verdad, porque mola), añade tintes de crítica social hacia el actual sistema de producción y consumo; e incluso explora un poco las pruebas a las que se tuvo que enfrentar Antonia para llegar a ser quien es (y espero conocer más de esta parte de su vida en la secuela, “Loba Negra”).

He disfrutado de cada una de las páginas de la novela. Ayuda en parte que el género en sí me guste, pero no es suficiente para que me enganche cualquier libro. Juan Gómez-Jurado sabe contar historias y esta, una vez más, me ha encantado.

Puntuación: ⭐⭐⭐⭐ y media/5

Revisando a Sherlock Holmes… “Elementary”

(publicado originalmente el 6 de septiembre de 2019)


Uno de los personajes que llevo siguiendo desde hace más de una década es Sherlock Holmes. Y junto a la lectura de las novelas y los relatos originales, más algunas historias derivadas, también he visto muchas de las adaptaciones que se han llevado a la pequeña y la gran pantalla del personaje. Y hoy me apetece hablar de una de ellas. Una de las más polémicas en sus orígenes y que recientemente acabó.

Elementary es probablemente la única serie que he seguido sin descanso en los últimos 7 años. Iniciada en 2012, no se tardó en plantear la comparativa con la británica Sherlock. Pero nada más lejos de la realidad.
La serie protagonizada por Jonny Lee Miller y Lucy Liu nos planteaba, en el formato de serie procedimental, una revisión en el siglo XXI del personaje de Arthur Conan Doyle. Los dos elementos novedosos eran establecer la acción en la ciudad de Nueva York en lugar de la clásica Londres, y que el personaje de Watson fuera interpretado por una mujer.

La historia empieza en el momento en que Holmes sale (o más bien, se escapa) del centro de desintoxicación, y empieza a colaborar como asesor para el departamento de Policía de Nueva York. Joan Watson es una asistente de abstinencia contratada por el padre de Holmes, que garantice que la rehabilitación de su hijo sigue por buen camino. De este modo, ambos empezarán a colaborar con el inspector Bell bajo las órdenes del capitán Thomas Gregson (uno de los nombres del canon, menos recordado que Lestrade).

¿Qué pasa con un procedimental? Que habitualmente, te da igual lo que ocurra. Sabes que al principio aparecerá un cadáver y que será la muerte que deban investigar los protagonistas. Durante el episodio darán muchas vueltas entre las pistas y los sospechosos, hasta que en el último acto tendrán una conversación con el culpable. Semana a semana. Sin que haya conexión necesariamente entre los episodios.

¿Entonces dónde está la gracia? Si me pongo a echar la vista atrás… ¡los relatos de Holmes, narrados por Watson, entrarían en esta categoría! Conan Doyle escribía diferentes casos sobre Sherlock Holmes, y salvo alguna mención velada al profesor Moriarty, no hay dos casos en los que aparezcan los mismos personajes. Lo interesante de sus relatos se basaba en cómo se las ingeniaba Holmes para deducir, y luego atrapar a los culpables de asesinato, desaparición, estafas…

En Elementary la mayoría de los casos son homicidios, es cierto. Aunque hay toques de originalidad en la forma de resolverlos. Holmes sabe cómo debe trabajar, pero encuentra un apoyo inimaginado en Watson. Él tiene sus métodos, los explica, ha aprendido muchos trucos durante su carrera. Y como todo genio, tiene sus excentricidades. Serán muchas las ocasiones en las que le veremos saltarse “las normas de la cortesía o la convivencia”, haciendo raros experimentos por su casa ya sea para resolver el caso o por puro entretenimiento. Jonny Lee Miller sabe captar en muchos detalles al Holmes del canon, y nos podemos ahorrar comparaciones con su homógolo de Benedict Cumberbatch. Son dos estilos. Y pese al británico origen de Miller, la serie tiene ese “toque americano” que no escapa al personaje.

Pero no hay Holmes sin Watson. Conan Doyle se retrató en John Watson tal y como él veía a su profesor Joseph Bell: por debajo de su nivel. Pero Doyle era médico. Watson era médico. Y pese a ser médico, hemos visto varios John Watson que eran poco menos que idiotas. Lucy Liu interpreta a un personaje que hace honor al haber sido médico. En esta versión, fue cirujana antes de empezar a cuidar de adictos en rehabilitación. Pero trabajar con Holmes despierta el gusanillo de la investigación en ella, de seguir aprendiendo, de formarse. Es inteligente. Y aunque sus conocimientos pueden no abarcar tanto como los de Holmes, no se queda a la zaga y es capaz de resolver varios casos y convertirse en investigadora.

Y es que el mayor fuerte de Elementary se basa en la relación entre Holmes y Watson. Cómo el aprende que no sabe tanto como se piensa. Cómo ella aprende a ver el mundo con otros ojos. Cómo empiezan a recurrir el uno al otro, forjando una amistad iniciada en una relación impuesta por el patriarca de la familia Holmes para que su hijo no recaiga en la adicción. Su forma de trabajar juntos, ver que son capaces de entender cuándo se hacen daño, o cuando se lo quieren evitar. Que durante años de colaboración se den cuenta de que trabajan mejor juntos. Miller y Liu tienen la química suficiente como para hacer que esto funcione. Siempre defendí que Holmes y Watson eran la “amistad pura”. Si durante el canon original existen connotaciones homosexuales, es un tema en que no voy a entrar por desconocimiento. Pero la interpretación que vemos en Elementary sí es capaz de reflejar esa idea. Los mejores amigos. Creo que pocas series protagonizadas por un él y una ella han evitado enamorarlos. Y es otro punto que me encanta de la serie.

Sus compañeros de andanzas, lamentablemente, pierden mucho peso con el paso de la serie. Sin desmejorar sus mejores momentos. Aidan Quinn es quien interpreta al capitán Gregson, que ya había colaborado anteriormente con Holmes. Le conoce, sabe sus métodos, y aunque hay temas los cuales ignora, también sabe más de lo que Holmes le cuenta en algunas ocasiones. Por esto es por lo que eligió a su mejor hombre, Marcus Bell (Jon Michael Hill) como inspector al que la sociedad formada por Holmes y Watson asesora. En muchos episodios, la investigación de Bell es el puente por el que los asesores pueden llegar a ciertas pistas o sospechosos.

A partir de este punto cuento algunas cosas sobre la trama. Lee bajo tu propio riesgo.

Cada temporada desarrolla un arco propio. De este modo, en los orígenes, Sherlock y Joan se conocen. Empiezan a trabajar. A entenderse. A saber más del pasado del otro, de qué les ha llevado a ese punto en sus vidas en el que están. Por supuesto, el “grueso del asunto” recae en un enemigo de Holmes: Moriarty, una mente criminal responsable de la pérdida de la amada del detective asesor. Irene Adler. Watson es la pieza clave para que Holmes se mantenga centrado y puedan derrotar a su eterna némesis.


La segunda nos presentaba unos personajes ya establecidos, pero con un nuevo personaje en escena. Mycroft Holmes, el hermano de Sherlock, a quien conocen en el primer episodio de la temporada y quien rápidamente desarrolla un interés hacia Watson. Es con la aparición del mayor de los hermanos cuando Watson empieza a pensar en su propia vida, la cual no quiere mezclar con el trabajo. Quiere vivir, pese a la insistencia de su compañero en que ambas cosas están juntas. Y si el Mycroft Holmes del canon era, citando a Holmes, “de cuando en cuando, el Gobierno británico es él”, no tardamos en darnos cuenta de que sus intenciones no son solo reconciliarse con su hermano y establecer una relación con Watson.

La tercera temporada daba un salto temporal. El cierre de la segunda tanda de episodios nos dejaba claro que la relación de Holmes y Watson no estaba en su mejor momento, por lo que él optó por volver a Londres. Es curioso, ya que en el canon los personajes esto no se llegó a explorar: eran amigos y su convivencia podía verse interrumpida (habitualmente por algún matrimonio de Watson). Pero aquí vemos cómo tienen que volver a formar equipo mientras, en la primera mitad de la temporada, empiezan a formar a una nueva discípula en común: Kitty Winter (que es 😍). Ella es la vía por la cual se vuelven a acercar, incluso después de su marcha Watson sigue colaborando con su compañero. Pero el final de temporada trajo una sorpresa inesperada, con una recaída de Holmes.


La acción de la cuarta temporada iniciaba la acción unos pocos días después. Cuando Holmes se recupera, conocemos por fin a su padre: Morland. Definido por Sherlock como la encarnación del mal. Es un hombre de negocios, pero la naturaleza de los mismos parece rozar la ilegalidad. A pesar de lo cual, le vemos intentar acercarse a su hijo. La historia se tuerce cuando Watson dessubre que, unos meses antes, alguien había intentado acabar con la vida de Morland. La sombra de Moriarty vuelve a la carga durante los episodios que implican al padre de Sherlock, mientras este no termina de decidir cuáles son sus pretensiones. John Noble hace un trabajo excepcional como Morland y su historia tiene el interés suficiente para que valgan la pena todas sus apariciones, ya que podemos verlo no solo por las descripciones de su hijo, sino formar nuestro propio juicio sobre él… y no es fácil.

Llegó la quinta temporada, tal vez la más floja de la serie a nivel de trama. Ha pasado un tiempo no determinado desde la última decisión de Morland, y por azares de la vida, en la de Watson reaparece Shinwell Johnson, un exconvicto al que salvó la vida en su época de cirujana. Rápidamente ella desarrolla una simpatía y un impulso por ayudarle a reconstruir su vida. Pero este solo parece tener un objetivo, que es desmantelar la banda del SBK. Sherlock no termina de ver claro que Shinwell quiera redimirse, y menos aún que le puedan formar como detective. La historia desembocará en una guerra entre bandas en la que los detectives deberán evitar que haya más víctimas, pero los detectives tienen su propia guerra: ella quiere ayudar a Shinwell, mientras su compañero está cada vez más lejos de Watson por un problema muy personal. Creo que el mayor problema de este arco es que los bandazos que tiene muchas veces el personaje de Shinwell no terminan de despertar empatía hacia él.

Y la sexta temporada nos revelaba la verdad: Holmes es víctima de un PCS (síndrome postconmoción). Sus habilidades y hábitos se ven afectados por este síndrome, y teme no poder mantenerse limpio si no puede trabajar. Joan Watson se convertirá en su apoyo, al tiempo que el detective conoce a Michael, un hombre que se inspiró por sus palabras en el grupo de apoyo hace varios años. Por supuesto, este nuevo personaje no es lo que parece, y los detectives asesores tendrán que tener mucho cuidado con él. El mayor problema de la temporada fue plantear una trama para 13 episodios que luego se vio ampliada a 21. Son muchos los episodios “de relleno” antes del clímax con la historia de Michael, aunque estos permiten desarrollar otros aspectos de la vida personal de los personajes.

Fue un regalo ver la séptima temporada. La única que no ha dado apenas tregua al descanso. Después de los acontecimientos que obligaron a Holmes a abandonar Estados Unidos al final de la sexta temporada, y que Watson decidiera unirse a él en Londres, ambos deben encontrar la forma de regresar al país para enfrentarse a la amenaza de Odin Reichenbach, un multimillonario de la tecnología. Una versión perversa de cualquier empresario cuyo negocio recopila toda la información que sus usuarios suben a la nube. El cierre más digno que ha podido tener la serie.


Muchas licencias. Pocos son los casos que basan la mayor parte de la historia en el canon holmesiano… algo comprensible cuando este lo componen 56 relatos cortos y cuatro novelas, mientras la serie cerró con 154 episodios. Pero también esto juega a su favor: Sherlock ya adaptaba el canon al siglo XXI. Elementary establece a los personajes en nuestra época, con nuevas historias. Nos narra, con mayor acierto en unas ocasiones, y menor en otras, el avance de la relación entre los personajes principales. Cómo además afectan a su alrededor. Las decisiones que toman y como se reflejan en el otro.

Como dije al principio, ha sido la única serie que he seguido semana a semana (muchas otras cayeron en el camino para hacer pequeños maratones). Pero mereció la pena seguir la historia hasta su última ovación.

Puntuación: ⭐⭐⭐⭐/5

“Good Omens (Buenos presagios)”, de Terry Pratchett y Neil Gaiman

(publicado originalmente el 1 de septiembre de 2019)

Como muchos seguramente, conocí “Good Omens” con el anuncio de la serie para la plataforma de VOD de Amazon Prime Video. Tal vez la hubiera considerado “una serie más” si no me hubiera fijado en tres nombres: basada en una novela de Terry Pratchett (“Mundodisco“) y Neil Gaiman (“The Sandman“); y co-protagonizada por David Tennat (“Broadchurch“).

Así que aproveché durante un día para verme la serie “de un tirón” (con pausa para comer entre los episodios 5 y 6), y aunque me satisfizo mucho, tenía que leer expresamente la novela. No por la historia, sino por los autores.

Y recientemente cayó en mis manos un ejemplar de la novela y pude ponerme a leerla. Y fue todo un acierto. Se disfruta cada página de una narración que no dispone apenas de momentos de pausa, ya que el Apocalipsis se acerca.

Para quien no la conozca, voy a intentar resumir la trama: Aziraphel es un ángel que lleva viviendo en la Tierra desde la época del Edén. Crowley es un demonio que lleva viviendo en la Tierra desde la época del Edén. A través de los siglos, han hecho amistad mientras se mezclaban con los humanos. Y ahora, el mundo que tanto les gusta está a punto de llegar a su fin cuando Crowley debe intercambiar un bebé por el Anticristo, para que se cumpla el Gran Plan y se decida quién gana la Gran Guerra. Once años después, contarán con solo tres días para intentar detener el fin del mundo.

Desde el primer momento se nota en el estilo narrativo de Prattchet, recurriendo en su mayoría a las explicaciones absurdas e ironía en según qué momentos, de igual modo que la forma en la que veo retratados las criaturas sobrenaturales veo mucho de Gaiman. Aunque, como diría este, entre las correcciones de uno sobre el otro, y viceversa, al final el resultado en una palabra es inmejorable.

La novela nos presenta a una cantidad de personajes de lo más diversos, y no se molesta mucho en meter personajes que no tengan un mínimo de relevancia en la trama, salvo para temas muy puntuales. Incluso así, la novela resulta bastante coral: Aziraphel, el ángel, representa lo que debería ser el bien, pero durante la narrativa comprobamos que parece haber un atisbo de maldad en sus actos; su contraparte, Crowley, es un demonio pero que ha encontrado un poco de bondad en su corazón. Básicamente, ambos se han vuelto “humanos”: ni el bueno es tan bueno, ni el malo es tan malo, que sería una de las lecturas que se puede hacer de “Good Omens” sobre la naturaleza humana.

Otro personaje que podría entrar en la categoría sobrenatural es Adán Young, que a pesar de ser el hijo del Anticristo, ha sido criado toda su vida como humano, ajeno por completo a su naturaleza. Es un niño por lo general bueno, y lidera su grupo de amigos que le suelen seguir sin hacer muchas preguntas. Sin embargo, coincide el momento en que sus poderes empiezan a despertar cuando entiende que el mundo no es siempre como nos han contado… y un montón de fantasías más que él mismo empieza a creer. Pronto se dará cuenta de que puede usar esos poderes para mejorar el mundo… aunque su naturaleza le tentará a usar medidas bruscas.

Anatema, la ocultista. Descendiente directa de Agnes la Chalada, la única profetisa que ha acertado en todas sus predicciones, tiene la misión de anticiparse a las visiones sobre el fin del mundo de su antepasada y lleva toda la vida “atada” a su cometido; coincidirá con Newton Pulsifer, un “cazabrujas” que desciende del verdadero cazabrujas No Cometerás Adulterio Pulsifer, y cuya mayor ambición profesional (la electrónica/informática) es el campo que peor se le da.

Es en detalles como los nombres de algunos personajes, o las notas a pie de página de Gaiman y Prattchet para explicar algunos chistes (soy especialmente fan del que hacen sobre los británicos y el sistema decimal), o cómo se nos presenta un universo en que los conceptos de dios, ángeles o demonios se nos presentan como reales y tangibles, o detalles sin sentido como que todo cassete que se conecta en el coche de Crowley se convierte en una cinta de Queen a las dos semanas… y más donde se disfruta una novela muy poco usual, muy entretenida, y que desborda ese “fino humor británico” que muchas veces cuesta distinguir del absurdo.

¿Y cómo es la adaptación? Brillante se mire por donde se mire. Seis episodios, para no estirar la narración más allá de lo necesario. Los diálogos se han mantenido muy fieles a los originales, todo el reparto hace un trabajo impecable (soy especialmente fan de David Tennant, pero hay que decir que aquí de lucen hasta los actores y actrices con papeles menores), el vestuario y las localizaciones son perfectamente elegidas… No puedo decir nada malo, realmente.

Y es que contar con Gaiman para ayudar a desarrollar la serie y usar sus apuntes de la secuela que no llegó a ver la luz para enriquecer aún más la narración, dando peso a personajes que se mentaran de pasada entre las páginas, desarrollando más la relación entre los protagonistas principales (porque Aziraphel y Crowley son los top), permite que la adaptación sea, si es posible, mejor que la novela original, algo que muy pocas veces se ha conseguido. Es el mismo punto a favor que Una serie de catastróficas desdichas de Netflix cuando fichó a Daniel Handler para los guiones. Pero claro, que esto es una opinión mía y lo mismo no sé de lo que hablo.

Good Omens (Buenos presagios)” (la novela): ⭐⭐⭐⭐/5
Good Omens” (la serie): ⭐⭐⭐⭐⭐/5