Llevo ya varios meses trabajando para el Miniver. Y en mejores circunstancias, no tendría queja al respecto. A nivel técnico me he podido enfrentar a retos profesionales de diferentes niveles. Y me gusta, joder. Me gusta porque me gusta el oficio de informático, por más que se empeñen en desprestigiarlo, por más que se empeñen en pensar que tenemos un privilegio por trabajar en lo que nos gusta...
Y aquí voy a hacer el primer paréntesis. Y quizá el último. No sé. Es lo que tiene improvisar las entradas y que te de igual. Porque me revienta las pelotas que el hecho de que te guste el oficio hace merecer cohrar menos o algo. ¿Que un médico o un ingeniero no disfrutan de su trabajo o qué? Que sí, que habrá muchos que llegó su viejo y dijo "Tú vas a estudiar medicina porque se me ha puesto a mi en los huevos". Pues tengo compañeros de oficio que pasaron justo la reacción contraria. La negativa de su progenitor por estudiar lo que le gustaba.
Al lío, que me gusta mi trabajo a pesar de que hay días de esos en que cerraba la tapa del portátil, lo estampaba contra el suelo y salía por la puerta bailando una conga en solitario al grito que "Que os den por el culo".
Y como iba diciendo, estoy trabajando para el Miniver. Sí, habréis notado, tanto por el título del capítulo como el bautizo que le he dado al sitio que me da dolores de cabeza, que hago un porrón de referencias a Orwell y su famosa novela, 1984. Y va siendo hora de justificarlo. No sufráis. Os presentaré también al señor O'Brien en el próximo capítulo.
Aterrizó en el Miniver a los pocos meses de mi llegada. Yo empezaba a acomodarme en el puesto tanto en los niveles técnicos como sociales (nunca me acostumbraré a ser el nuevo en ninguna parte, pero tengo que admitir que en la jaula donde estoy he conocido a gente cojonuda y desde aquí os mando un saludo, cabrones, si no fuera por vosotros me habría vuelto loco...). Y su llegada tranquila, apaciguada, con un aspecto de "soy una profesional y aquí vamos a hacerlo todos lo mejor que podamos" vino a ser como la calma previa a un huracán. Un huracán del que no hemos salido, y que los momentos de tranquilidad no suponen más que estar en el centro del mismo. Soy un poeta.
Pasaron las primeras semanas y todos seguíamos haciendo lo que mejor se nos daba: trabajar cuando había trabajo, tomar café para rajar de alguna cosa que nos había pasado cuando había que hacerlo, seguir trabajando. Un día detrás de otro, pausando los fines de semana para volver el lunes a un trabajo que, a pesar de ser duro en ocasiones, merecía (y merece) la pena por los que trabajamos ahí codo con codo.
Pero un lunes (palabra que evoca mis mayores pesadillas) de pronto todo cambió. Resultaba que todo lo estábamos haciendo mal. Desde la gestión del tiempo hasta la manera y forma de realizar nuestras tareas. Todo estaba mal y ella era capaz de realizarlo (sobre papel) con un 200% o 250% más eficazmente que todo el equipo. Aún hoy me gustaría comprobar semejantes habilidades sólo alcanzables por una deidad.
Y todo cambió. Nuestro tiempo dejó de ser nuestro. Todos teníamos una serie de tareas vigiladas de forma constante, que debían ser justificadas de forma constante, buscando cualquier momento libre constantemente para terminarla y pasar a otra de un modo constante, amén del trabajo rutinario, el cual ocupaba casi toda la jornada, y que todos (o casi todos) los que han trabajado en un Soporte Informático conocerán como "ir apagando los fuegos que provocan hordas de usuarios".
No sólo eso, sino que todo estaba tan mal que no iba a tardar en provocar la masacre. Empezar el sistema de cero, pasando por encima de todo lo que hiciera falta. Que para algo mandaba ella, faltaría más.
Cambios, cambios, cambios. Uno debe saber adaptarse a los cambios. Pero no es lo mismo cambiar tipo "en lugar de organizar el trabajo en un archivador común vamos a tener cada uno el nuestro para que veamos qué tenemos entre manos" a cambios tipo "el contable tiene que saber mantener la red inalámbrica del edificio". La falta de lógica se me atraviesa como un huesecillo en la garganta. Y ahí lo tengo alojado desde hace tantos meses que ya parece que ha formado parte de mi anatomía toda la vida.
Se depuraron las responsabilidades, se reorganizó una y mil veces la forma de trabajar. Me hace gracia, nunca hemos encontrado la buena. Y curiosamente, la culpa es siempre de la parte técnica. El reconocimiento de los propios errores es un concepto desconocido.
Pero volvamos a cuatro párrafos antes. El tiempo, el tiempo, el tiempo. El tiempo es oro, pero pagado a precio de papel de plata. Tanto es así que ahora hay que justificarlo todo. Cada acción que se haga, cada movimiento, todo debe estar puesto en conocimiento de la Gran Hermano. Delegar responsabilidades y confiar en tu equipo es de comunazis y hippies. Debo decir que no es la primera vez que me toca estar bajo las órdenes de una persona (en aquella vez anterior se trataba de un hombre, aunque más bien me gusta definirlo como un desastre) ávida de saber en todo momento los hilos que se mueven en su red y por qué nodo. El profesor Moriarty pero en la vida real. Terrible.
Después de dos semanas en que no he parado de hacer cosas (tan variopintas como ajustar un servidor como conectar el cable de alimentación a un monitor "que no funciona me cago en todo cambiámelo puta mierda esta...") y por tanto, perder el tiempo en dejar constancia de todo lo que hago me ha parecido (y me sigue pareciendo) una tarea menor, me ha insinuado (otra característica de la Gran Hermana; no te dice las cosas abiertamente, sino con indirectas; la forma más mezquina que se me ocurre de que un empleador puede tratar a su empleado) que podría despedirme.
Hay días en que sólo por curarme en salud me harían un favor.
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